A menos que seas un entusiasta de Peugeot o un fanático del diseño de los coches, es una distinción inteligente entre las dos versiones del 308. En el modelo del año 2017, la parrilla delantera evoluciona para adaptarse al estilo del 3008 y el 5008, los faros traseros se convierten en «luces diurnas» y los LED se invitan a sí mismos en el parachoques. En el habitáculo, el i-cockpit sigue ahí, como su engañosa denominación de «head-up display», ya que en realidad sólo se trata de elevar el cuadro de instrumentos, aunque eso suponga obligar al cliente a cambiar su posición de conducción si quiere leer toda la información. Para mí y mi asiento bajo cerca del volante, las manecillas del tacómetro y del velocímetro permanecen visibles, pero la pantalla central queda completamente oculta por el aro del volante.
La principal evolución en el interior tiene que ver con la conectividad. La actualización permite Mirrorlink, Android Auto y Apple Car Play, que ahora son funciones esenciales. Lamentablemente, todavía hay que utilizar la pantalla táctil -así que quita los ojos de la carretera- para ajustar el aire acondicionado. Una buena oportunidad para probar una de las nuevas ayudas a la conducción, manteniendo la línea, operativa entre 65 y 180 km/h. El resultado es el mismo que con otras marcas: cuando funciona, es estupendo, salvo que nunca se sabe realmente cuándo está activo y, sobre todo, cuándo deja de estarlo. Estas evoluciones poco convincentes no deben hacernos olvidar una de las grandes cualidades del 308: su manejabilidad. Estable, neutro, preciso, el ADN de Peugeot y su famoso tacto de la carretera están ahí.
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